Ser cómplice es una actitud compleja, no en balde ambos términos tienen algo que ver con el vocablo latino “complex”. La complicidad presupone una acuerdo previo, implícito o explícito, gracia al cual se produce una relación de camaradería, de compañerismo, de solidaridad. Así define el DRAE la palabra “cómplice”: “Que manifiesta o siente solidaridad o camaradería.” Y añade como ejemplo de uso una frase evocadora: “Un gesto cómplice”. Alcanzar dicho gesto es siempre problemático.
La complicidad es altamente compleja pues a veces no se produce ni
cuando se da una supuesta ideología compartida. Más difícil aún cuando
de lo que se trata no es tanto de compartir principios ideológicos
fuertes ni compactos, como de alcanzar un marco común de entendimiento
orientado a la acción. El primer objetivo que debe alcanzarse, pues, es
intencional: mostrar voluntad de entenderse. Este querer entenderse, es
un acuerdo claro de no imponerse, y por lo tanto, que el punto de
partida en el que desean colocarse los potenciales cómplices, es el de
agentes iguales y entre iguales, o al menos con el respeto mutuo para
pensarse como iguales.
Pero muy a menudo, la complicidad no se
genera por razones explícitas ni por motivos previamente identificados,
si no que surge y se desarrolla por compartir en tiempo y espacio
-coincidentes y concomitantes- los mismos o similares problemas, las
mismas o similares ideas de entenderlos y analizarlos, las mismas o
similares puestas en acción para encararlos y, finalmente, las mismas o
similares ganas de resolverlos. Por voluntad, a veces, y otras por
necesidad, la complicidad se crea y se profundiza en el proceso social
de respuesta y búsqueda de respuestas frente a situaciones vitalmente
compartidas.
Lo que hay que resaltar es que desde un punto de
vista libertario, la complicidad puede afianzarse y reforzarse, siempre y
cuando se comparta un mismo o similar horizonte: un horizonte
necesariamente utópico y de afán de transformación social y global, de
plena libertad individual y de efectiva igualdad de todas y todos. Es
este horizonte compartido el que primará sin duda en las complicidades
que la militancia anarcosindical pueda establecer con movimientos,
grupos, colectivos u organizaciones sociales desobedientes a lo
establecido. Pero del mismo modo, y por la libertaria coherencia entre
fines y medios, las complicidades pueden establecerse con quienes se
autoorganizan y estructuran horizontalmente, mediante procedimientos de
democracia directa y autogestión. Y aquí es donde hay un amplio y
extenso campo de relación e intervención.
El funcionamiento
horizontal y asambleario es el mejor acicate para generar y profundizar
complicidades, pues la malla de las respuestas sociales críticas y
alternativas se teje con el flexible y al tiempo fuerte eslabón de la
igualdad en las deliberaciones y decisiones a tomar. Este es el medio,
el único medio para enraizar y diseminar el horizonte libertario. El
anarcosindicato y su militancia deben ser sensibles, generosos y en
última instancia solidarios para con quienes se expresan y actúan desde
la autoorganización contra el orden imperante. Siempre será mejor y más
efectivo a la larga, ser cómplices compartiendo formas de organizarse y
modos de decidir, que serlo meramente por necesidad circunstancial o
puntual.
Pero también son múltiples los contenidos a partir de
los cuales establecer alianzas y acrecentar complicidades. Todas las
reivindicaciones y vindicaciones que de un modo u otro, parcial o
globalmente, comportan visiones y preocupaciones de índole libertaria
son buenas bases para la hibridación de lo social y lo sindical: las
luchas antipatriarcales, antimilitaristas, antiproductivistas,
antirrepresivas, por la autogestión de lo público, por el reparto del
trabajo y la distribución de la riqueza, y por la democracia directa.
Tenemos
pues tres niveles sobre los que positivamente ser cómplices, es decir,
“manifestar y sentir camaradería y solidaridad”, para hibridar el
anarcosindicalismo con la globalidad de las luchas sociales. Está el
compartir horizontes de transformación libertaria de la sociedad, lo que
nos hace potencialmente cómplices de quienes se reclaman del anarquismo
revolucionario. Está el apoyar, promover y acompañar a quienes generan
respuestas y alternativas autoorganizadas horizontalmente, que son cada
vez más y en mayor número de ámbito sociales, culturales y productivos. Y
está el confluir y diseminar las ideas y contenidos críticos y
alternativos que denuncian, socavan y alteran la lógica capitalista y
autoritaria. Tres niveles que, aunque por motivos expositivos hayan sido
delimitados, configuran conjuntamente el marco de la complicidad y de
la solidaridad anarcosindicalista, en pro de una hibridación que permita
saltar el muro de los tajos y engarzarse en la multidimensional
conflictividad de lo social.
Para terminar, la solidaridad tiene
un vasto campo de acción y manifestación, y aunque no puede concebirse
complicidad alguna sin ella, la solidaridad puede ir y de hecho va más
allá de aquélla, pues podemos ser solidarios con quien sufre tortura,
persecución, explotación… sin el concurso de complicidad alguna. Es más,
el ejercicio de la solidaridad puede en ocasiones -nunca
necesariamente- servir como aguijón para crear complicidades. Sin
embargo, de la real complicidad emerge como una de sus más claras
expresiones la solidaridad efectiva entre quienes son cómplices, es su
fruto directo y más preciado. Pero también y ante todo, la solidaridad
amplia y generosamente practicada es el mejor alimento para que las
complicidades se nutran, crezcan y hasta se reproduzcan, cual vivo
organismo que carcomerá -poco a poco o raudamente, ya se verá- los
cimientos aparentemente inamovibles del caduco y mezquino sistema en el
que vivimos.