jueves, 11 de octubre de 2007

Jacob y los trabajadores de la noche.

Alexandre M. Jacob es una de las figuras mas destacadas de los “expropiadores sociales”, ahora la editorial “Pepitas de calabaza” edita un importante trabajo de artículos en torno a la acción y vida de tan singular personaje

Estos escritos, seleccionados tras el trabajo de recopilación de los textos de Jacob que realizó la editorial francesa L’Insomniaque, van desde la época dorada de «Los trabajadores de la noche» hasta su puesta en libertad tras una larga estancia en el presidio de las Islas del Diablo.

Alexandre Marius Jacob nació el 27 de septiembre de 1879 en Marsella. Junto a otros compañeros anarquistas, entre ellos su propia madre, diseñó y puso en práctica una de las redes de «robo científico» más asombrosas del siglo pasado. Detenido en 1905, fue condenado a trabajos forzados a perpetuidad en el penal de la Guyana, condena que pudo eludir en parte, y regresar a Francia en 1928 gracias a la acción de sus compañeros y de otras personalidades. Ya más relajado, vivió trabajando como vendedor ambulante de telas, pero sin apartarse de sus afinidades anarquistas. Aunque no se tienen pruebas que lo verifiquen, se cree que en 1936 estuvo intentando ayudar a sus amigos en Barcelona. Lo que aconteció en la vida de Jacob, tanto en este periodo, como el posterior de la ocupación nazi de Francia, sigue siendo un misterio. Jacob se suicidó el 28 de agosto de 1954 en Bois-Saint-Denis, donde residía. Pocos días antes de quitarse la vida, dirigió a sus amigos estas últimas palabras: «Os dejo sin desesperación, con la sonrisa en los labios y la paz en el corazón. Sois demasiado jóvenes para poder apreciar el placer que proporciona irse gozando de excelente salud, burlándose de todas las enfermedades que acechan a la vejez. Allá están todas estas asquerosas reunidas, listas para devorarme. Pero voy a defraudarlas. Yo he vivido y ya puedo morir».


A continuación, publicamos el texto leído por A. Jacob durante su juicio:


Llamáis a un hombre "ladrón y bandido", le aplicáis el rigor de la ley sin preguntaros si él puede ser otra cosa. ¿Se ha visto alguna vez a un rentista hacerse ratero? Confieso no conocer a ninguno. Pero yo que no soy ni rentista ni propietario, que no soy mas que un hombre que sólo tiene sus brazos y su cerebro para asegurar su conservación, he tenido que comportarme de otro modo. La sociedad no me concedía más que tres clases de existencia: el trabajo, la mendicidad o el robo. El trabajo, lejos de repugnarme, me agrada, el hombre no puede estar sin trabajar, sus músculos, su cerebro poseen una cantidad de energía para gastar. Lo que me ha repugnado es tener que sudar sangre y agua por la limosna de un salario, crear riquezas de las cuales seré frustrado. En una palabra, me ha repugnado darme a la prostitución del trabajo. La mendicidad es el envilecimiento, la negación de cualquier dignidad. Cualquier hombre tiene derecho al banquete de la vida. El derecho de vivir no se mendiga, se toma. El robo es la restitución, la recuperación de la posesión. En vez de encerrarme en una fábrica, como en un presidio; en vez de mendigar aquello a lo que tenía derecho, preferí sublevarme y combatir cara a cara a mis enemigos haciendo la guerra a los ricos, atacando sus bienes... Ciertamente, veo que hubierais preferido que me sometiera a vuestras leyes; que, obrero dócil, hubiese creado riquezas a cambio de un salario irrisorio y, una vez el cuerpo ya usado y el cerebro embrutecido, hubiese ido a reventar en un rincón de la calle. Entonces no me llamaríais "bandido cínico", sino "obrero honesto". Con halago me hubierais incluso impuesto la medalla del trabajo. Los curas prometen el paraíso a sus embaucados; vosotros sois menos abstractos, les ofrecéis papel mojado. Os agradezco tanta bondad, tanta gratitud, señores. Prefiero ser un cínico consciente de mis derechos que un autómata…

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